Intentamos
mediante estas líneas y como ya apuntó Jacobo Israel Garzón al realizar una
reseña de su obra en el exilio,
recuperar para las letras españolas la figura y obra de Máximo José Kahn
Nussbaum (1897-1953). Se le adscribe, con justicia, entre el elenco de
intelectuales que vivieron la República española, aunque su origen judeo-alemán
y posterior exilio le postergan al olvido. Se ha señalado que, a pesar de
dominar varios idiomas, es el español el que utilizará para la vida cotidiana,
la conversación y la escritura, además de tomar la nacionalidad española y
servir fielmente a la República en el servicio exterior. Unos y otros
interpretarán su obra en clave sefardí, del exilio español o de los círculos
judíos argentinos, sin que en ninguno de los casos, como precisa Kohan, se le
ubique de forma precisa. En estas páginas nos acercamos a su vida y obra por su
vinculación a la ciudad de Toledo,
en donde compondría una singular colonia judía desde 1926 hasta 1936. Máximo
Kahn había llegado a España, procdente de su tierra natal, Alemania, hacia 1920,
instalándose primero en Sevilla, para, en 1926, desplazarse a Toledo junto con
su compañera Trudis Blumenfeld, de la que dice Ayala, era “una criatura muy
ingenua y muy bondadosa, hija de Mauricio Blumenfeld, exuberante y humanísimo
judío sevillano”.
Probablemente,
Máximo José Khan vino a España inspirado desde la más tierna infancia por un
afán de conocer la tierra de sus mayores. No es el único, Rosa Chacel nos dice
que “Europa había empezado a ir volcándose sobre España desde el 18, demás está
decir que los judíos eran los que llegaban junto a la casa de sus abuelos. Así
andaban por Toledo los Kahn, así nos hablaba de viejos textos y viejas
tradiciones; Sarah Halpern, revolviendo libros en cinco idiomas, en la
biblioteca del Ateneo, espantándonos con su cultura, que no marchitaba su
belleza de mujer rusa…”. El propio Máximo lo refleja en un artículo donde se
pregunta por la ausencia de judíos en España:
“Cuando
dejé mi país para trasladarme a España creí encontrar muchos judíos en
Y, de entre las
ciudades más señeras de la presencia judía, escogió Toledo, cuna de uno de los
autores del judaísmo histórico al que más le dedicó atención en su obra: Jehudá
Haleví. No es casual la simultánea llegada a la ciudad, junto al matrimonio, del
húngaro Thomas Malonyay y su mujer, Gustava Dupress, polaca; los dos hebreos y
de la misma edad que aquellos; aunque también sopesarían la cercanía de la
capital, a donde podrían acudir cuando lo deseara, a librerías, editoriales,
tertulias o círculos literarios, reservando para sí y para su pareja la soledad
e intimidad que le exigía su carácter, dedicación a la traducción y otras
labores literarias.
Rosa Chacel,
amiga y compañera en el primer exilio en Grecia, y después en México, nos hace
una interesante referencia a su estancia en la ciudad: “...hacía una vida
sencillísima, en Toledo, pues nunca vivieron en Madrid. Al casarse se instalaron
en una casa vieja, grande –demasiado grande para una pareja-, de habitaciones y
pasillos conventuales, donde reunieron libros magníficos, vidrios antiguos y
algunos otros cachivaches venerables como único refinamiento: allí se pasaron
diez años. Venían, no con demasiada frecuencia, a Madrid, por unos días, y
también de cuando en cuando algunas gentes íbamos a hacerles una visita”. Quizá,
como veremos, la facilidad para el trato y el afecto por parte de Khan para con
los amigos y conocidos harían aconsejable el retiro toledano. Chacel nos señala
su afabilidad proverbial: “…Y claro está que se prodigaba más con los seres de
su predilección, pero con todos en general la generosidad de su elección, su
modo de tener en cuenta, de no perder detalle, era igual para amigos, amantes y
sirvientes. Por esto fue una de las personas que más han gozado de la adoración
de gran número de seres. Si el amor se pudiese acumular en los bancos, Máximo
Kahn sería el mayor capitalista que ha existido”.
Como veremos, la
vivienda pudiera ser la que habitaba en 1936, en la humilde y popular calle
Plegadero, nº 7, situada en
En Toledo, la
figura de Máximo no podría pasar desapercibida. Gil-Albert, que es testigo de
los últimos momentos de Máximo José en España, en 1937, nos describe su figura:
“Unos días antes de marcharse Rosa (Chacel), ella y Concha (Albornoz) me
presentaron a Máximo Kosé Kahn (...) Vi a un hombre de una estatura excepcional
y de aspecto distinguido, que me dirigía uno de esos saludos cuya corrección no
deja adivinar su soporte humano, si a favor o en contra”. Descripción que
completa la introducción a la edición de la obra de Yehudá Haleví: “De acusada
estatura que acentuaba, en sus acompañantes femeninas, la pequeñez española.
Vestido siempre a lo señoril, sin haber prescindido, tras la revolución, de
guantes ni sombrero”.
Desde Toledo,
Máximo se desplazaba a Madrid para acudir a los cenáculos literarios -por lo que
sabemos, asistirían al menos a dos tertulias madrileñas:
Efectivamente,
el círculo de amigos de Máximo compondría la flor y nata de los intelectuales
del momento. El matrimonio Kahn sería testigo de la boda de Francisco Ayala en
Berlín, en 1931, y en la librería del matrimonio serían dos las obras dedicadas
por aquél: Indagación del cinema (Madrid, Mundo Latino, 1929) y
Cazador en el alba (Buenos Aires, Edit. Ulises, 1930). Ramón Gómez de la
Serna le dedicaría su libro El doctor inverosímil (1921) con una
elocuente frase: “A mi amigo y socio Máximo Kahn, con devoción literaria y
personal”. Guillermo de la Torre, fundador de
En Toledo la
labor literaria de Máximo era notable.
También la
investigación encontró hueco en la actividad de nuestro autor. Leonardo Senkman
nos dice que su “amor entrañable y familiar por la cultura y filosofía hebraica
española medieval” condujo al autor “a descubrir las huellas de Sefarad en la
ciudad de Yehudá Haleví, y estudiar en los archivos y entre los restos vivos del
legendario legado judío de Toledo”. Algo que también subraya Chacel: “en la ciudad, “encerrado”,
estudió con perseverancia las huellas dejados allí por los suyos: estudió las
gentes y las piedras, confrontó el presente de
La vivienda de
Máximo José Kahn se encontraba en la humilde, bulliciosa y popular calle
Plegadero, Chacel nos describe la casa:
“... el vivir se
remansa en su hogar... la bella palabra calurosa, olorosa bajo las haldas de la
chimenea ante el rescoldo que mantiene hirviendo la olla sobre los trébedes...
la bella palabra abriga también una sala del caserón, apenas amueblado, las
paredes sustentadas por estantes con libros, vidrios antiguos, azulejos... y el
suelo de ladrillo, cera sobre el almazarrón y las sillas de anca sin pintar,
blancas: blanca camilla sin faldas delante de la ventana –ya puesta con platos
rústicos-.”
Debió conocer
profundamente la ciudad nuestro autor si nos atenemos a los minuciosos datos que
nos aporta en los artículos que sobre el pasado judío de la ciudad nos ofrece.
Él mismo nos ilustra sobre ese interés erudito e indagador a través de la
topografía toledana: “...siempre ha sido mi trabajo preferido reconstruir en el
mapa el antiguo barrio judío de Toledo, la obra de Palencia (sobre documentos
mozárabes de Toledo) favorece mucho esta tarea”. Por lo demás, Kahn debió
seleccionar minuciosamente su círculo de amigos, ya que las crónicas sociales
apenas dejan constancia de su presencia en Toledo en la prensa local. Sólo
conocemos su contacto y amistad con el malogrado escritor Félix Urabayen, del
que tenía en su biblioteca dos
libros del autor navarro: Les centaures des Pyrénées: roman (traducido
por M. Berthe Buidre, París, Rieder, 1933) y Le quartier Maudit (1932),
este último dedicado por el autor; y con Francisco de Borja de San Román,
director del Archivo y Museo Arqueológico Provincial, que había intentado la
apertura de un “Museo de la cultura judía” en la sinagoga del Tránsito,
precursor del actual. Nos dice Kahn en su “Paseo por el Toledo
judío”:
“Gracias al gran
celo científico de nuestro amable amigo Francisco de San Román se ha creado una
especie de segundo cementerio judío en el Museo Arqueológico. San Román recogió
todas las lápidas que se encontraron sueltas en diferentes sitios de la capital
y les dió digno reposo. Recogió todas... En efecto, son poquísimas las que
perduraron los siglos. Varias sirvieron, ya que, vueltas al revés, tienen forma
de monóxilo, de cubetes para lavar ropa o de pesebres para las
caballerías”.
Él mismo se
aficionaría a la labor arqueológica: “...yo mismo poseo un trozo de una lápida
kabalista, de barro cocido, que representa una paloma con una ramita de olivo
(símbolo del alma en vuelo) que se excavó en este sitio (Vega baja), puede que
un día aparezcan más tumbas...”. En su casa mantenía el fruto de su afición
arqueológica, especialmente fragmentos cerámicos.
El estallido de
la guerra movilizó al grupo de intelectuales y amigos. Timoteo Pérez Rubio,
marido de Rosa Chacel, fue nombrado presidente de la Junta de Defensa del Tesoro
Artístico Nacional, organismo en el que trabajaría también Thomas Malonyay. Tras
la toma de Toledo y la cercanía de las tropas a Madrid, se aconsejó a la
población civil
à suivre
Francisco García Martín